Y el poeta se hizo al decir Alberti

Tener a Alberti delante es conocer  a un hombre hecho a la medida de las palabras. Rafael Alberti, ese trozo de mar afincado en la tierra, hermano de las estrellas e íntimo de la palabra, poeta, visitó Vizcaya. Visiblemente gastado por los muchos calendarios sobre su espalda, el poeta gaditano ofreció un recital poético en Algorta que, impaciente y expectante, aguardaba su llegada bajo una hermosa y exuberante luna nueva.

Más de una vez he manifestado a mi compañeros de tertulias que, la obra de Alberti no llega en su todo a seducirme, por lo que mi comparecencia a este acto se debía en parte –he de confesarlo– al morbo, en parte a la curiosidad; si bien es verdad que tenía ganas de conocerle en persona –más que conocerle, verle en vida-.

Acompañado por el buen hacer de la orquesta de laúdes Roberto Grandio y bajo el título genérico de Aire y Canto de España, Rafael rindió homenaje, entre otros, a escritores insignes como Lope de Vega, Luis de Góngora, Meléndez Valdés, Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Machado del que recitó Amada el aura dice, Juan Ramón Jiménez, cuyo poema fue Grandas en el cielo azul y a Federico García Lorca del que leyó Canción de Jinete.

La orquesta, al final de cada lectura, interpretaba obras de autores tan relevantes como A. Mudarra, A. Cabezón, Gaspar Sanz, José Ferrer, Eduardo Granados, Muñoz Molleda, F. Barbieri, L. Albéniz, Manuel de Falla y para finalizar La oración del torero de J. Turina.

Rafael Alberti llegó al cine en silla de ruedas y apareció en el escenario ayudado – creo – por el director de la orquesta Pedro Chamorro. La explosión de aplausos acompañó al poeta hasta la mesa donde, una luz potente iluminaba los poemas que más tarde recitaría. Se hizo el silencio.

Más de dos mil niñas se cruzaban dentro del recinto, partiendo éstas desde sus respectivas pupilas al centro de la mesa, donde el poeta, premio Nacional de Literatura 1925 y Cervantes 1983 rompía el silencio recitando con su bronca voz su primer poema.

La música fue, tal vez, lo que me sugirió ver en el rostro aniñado de Alberti a gran parte de sus coetáneos, y así me imaginaba a los vallisoletanos: Jorge Guillén 1893-1984 y José Maria Cossio 1893-1877. A los madrileños Pedro Salinas 1892-1951 y José Bergamín 1895-1983 el que fuera uno de sus mejores amigos.

Alberti es todo un símbolo; de sus labios escapan trocitos del yo poético que regala al aire, entonces asoma en el lacrimal de algunos presentes la fluida transparencia del sentimiento.

Acuden al recuerdo otros nombres que tuvieron y mucho que ver con nuestro poeta de calle (como se ha definido a sí mismo en tantas ocasiones). Poetas de alma andaluza que le ofrecen su amistad sin titubeos como Emilio Prados, malagueño 1899-1962 o el granadino y recientísimo premio Cervantes Francisco Ayala, Luis Cernuda – desgraciadamente no tan recordado como quisiéramos 1902-1963 y Manuel Altolaguirre 1905-1959.

Rafael Alberti no saludó con palabras ni hizo uso de ellas  para despedirse, apena si llegamos a percibir el movimiento lento de su mano, pero no vamos a tenérselo en cuenta ya que, sus palabras, moran desde siempre en el mar. En su mar:

Si mi voz muriera en tierra / llevadla al nivel del mar / y dejadla en la ribera /. Llevadla al nivel del mar / y nombradla capitana / de un blanco bajel de guerra / ¡Oh mi voz condecorada! / con la insignia marinera / sobre el corazón un ancla / y sobre el ancla una estrella /, y sobre la estrella el viento / y sobre el viento la vela.

Puede que Alberti haya intuido que sus lectores pueden tomar para hoy versos de su ayer, y ver cómo se hacen a sí mismos: proféticos. A continuación expongo algunos poemas que podrían servir de ejemplo.

En Pleamar (versos sueltos del mar) y concretamente en el poema número 14 escribe: “De todos modos, mar, suenas al mismo / y sigues pareciéndote a tu primer retrato”.

Da la sensación de que Alberti, al escribir este poema, no fuera él mismo, sino el Alberti de 1991 que reprocha al espejo la imagen devuelta; sin embargo, si nos ceñimos al resultado literal del primer verso, veremos cómo el poeta en nada ha cambiado. Sigue siendo él mismo.

No obstante, 89 años de trabajo ininterrumpido, de viajes, compromisos, recitales, pérdidas irreparables, guerras, exilio, etc… causan, en este “poeta de calle” un evidente deterioro físico que, para nada influye a su estado psíquico emocional, por ello creo conveniente para nuestro poeta, una vida más relajada cerca de las marismas, de Cádiz, para seguir “viéndola unida al coro blanco de sus puertos”. (Bahía del ritmo y de la gracia. Ora marítima, 1953).

Pero, como hemos mencionado anteriormente, nuestro poeta debería evitar esas otras calles que habitó entre los años 1942-1944: “No me dijiste, mar, mar gaditana / mar del colegio / mar de los tejados / que en otras playas tuyas, tan distantes / iba a llorar, vedada mar, por ti / mar del colegio, mar de los tejados” (poema número 28, Pleamar).

Evitar otras referencias, alusivas a su generación: “Hoy, por ejemplo, mar nos convendría / tanto a ti como a mí / hablar de nuestros muertos”. (Poema 51, Pleamar “La arena caliente / heladas las olas / Los que se murieron / hoy, mar, no te nombran”. (Poema nº 28, Pleamar).

Ni sentir recelos del futuro: “Quiero, mar, que en mi día / que en esa misma hora / te mueras tú también”. (Poema 24, Pleamar).

Contrariamente, Alberti, puede pensar que en mis apreciaciones estoy equivocado. Lo sé y asumo mi parte de responsabilidad pero, sigo pensando que, a veces, nacen hombres que por egoísmo de la sociedad no gozan de una apacible jubilación. Desde estas líneas deseo a Rafael Alberti que, entre las olas del mar, su mar que tanto ama, reencuentre a tantos y tantos amigos como dejó atrás.

Juan Camacho

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