Versos en las manos de un poeta

El año 2023 si algo nos trae, son más libros para leer. Les daremos lectura después de aquellos que hemos ido acumulado a lo largo de nuestra vida con la sana pretensión de leerlos en un día próximo, pero es tal la magnitud de tiempo que dedicamos a otros quehaceres que estos libros se inmortalizan en la estantería del sueño eterno. Los títulos editados de los que tengo información también llevan, entre sus páginas, la magia de ese acontecer didáctico que todo autor pretende dar a conocer, esa impronta que le hace único y le identifica cuando muestra la parte más original de su creación. Ese privilegio que de manera tan particular se le ofrece desde el poder de la imaginación es tan remoto como las características esenciales que le determinan como ser humano. Es el autor el que a sí mismo se ha de configurar y ha de exigirse cada vez más para afrontar cada una de las batallas que le plantee la vida y que le son comunes a la eventualidad de su existencia. Pues bien, en este primer sábado del año entretengo mi interés sobre algunos poemarios de autores que conozco personalmente y que me place, sobremanera, volver a recrearme entre sus versos para recoger tan solo un par de ellos que me hablen de las manos, de esas manos hacedoras de múltiples labores y que en estas fechas resultan tan necesarias como entrañables. Así pues, os muestro la originalidad con la que estos versos discurren entre la algarabía que asoma su interés a la fuente eterna del saber que engrandece la poesía.  

Así tenemos de Teresa Sánchez Laguna: “Pareciera que la bondad / no brillara entre las manos”. De Charo Bernal: “y mis manos son dos mapas / donde los ríos han perdido su color”. De Juan José Guardia Polaino: “Yo pongo los cuencos de vino / al azogue de sus manos”. Del último poemario de Antonia Piqueras: “Manos que el tiempo hizo expertas, hábiles / para crear respuestas decisivas”. De Juan Pedro Carrasco García:” Soy feliz cuando tengo a mi lado tus manos / son una luz en los momentos malos”.  De Miguel Ángel Manjón Calvo: “Ni basta la mano que pueda tenderse / el gesto es inútil”. De Eusebio Loro: “y decir que la amo, mientras cojo sus manos, y la miro a sus ojos”. De Idoia Mielgo Merino: “Mis manos sangran / cuando las tuyas se cierran como zarpas / defendiéndose de la oscuridad”. De Luis Díaz Cacho: “Voy buscando la mano del amigo / que tendida ante mí esta delante”. De Natividad Cepeda Serrano: “A tientas, en medio de los campos / recojo entre mis manos un puñado de tierra”. De Elisabeth Porrero Vozmediano:” En la mano que inclinas a la tierra / el amor depositas”. De Fernando Zamora: “Un verso y una flor van de la mano / hasta morir en una encrucijada”. De Imanol Bueno Bernaola: “Te detienes, has hallado el camino / tu mano advierte el signo”. De José Luis Urrutia: “Aquel sendero que recorríamos / de la mano al anochecer”.

Son versos que narran múltiples historias desde el ayer donde quedaron para la eternidad impresas las palabras y que hoy, sacadas de contexto, nos hablan de bondad, de ríos, de vino, de respuestas, de momentos, de gestos, de amor, de sangre, de amistad, de tierra, de muerte, y de signos y anocheceres. Palabras nacidas del intelecto y entregadas a las manos del poeta para disfrute de un colectivo de lectores que se ve reflejado en ellas, que las ama y hace suyas.  A los que cito en este escrito y a los que no, les hago llegar mi abrazo y agradecimiento por la fertilidad de su imaginación y por su buen hacer. Quedan tantos versos como poetas en ese estante donde la verticalidad une a los libros como nunca en espera de la mano que acaricie la textura de sus hojas donde reposa, siempre fiel, nuestra palabra.

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