Valdepeñas (El latido de la tierra)

Resulta placentero y entrañable reencontrar los vínculos terrenales de nuestros orígenes. Somos la semilla de la tierra que abandonamos cuando adormecíamos en la niñez y la responsabilidad paternal, con cierto desconsuelo, emigraba forzosamente en busca del “milagroso mañana” que atendiera las necesidades más básicas del entorno familiar.
He viajado a Valdepeñas y me ha sorprendido su transformación, ha dejado de ser un pueblo para convertirse, tanto mejor, en una ciudad competitiva como cualquiera otra española pudiera serlo; se estudia en riguroso orden toda estructura económica que no es sino el pilar sobre el que se edifica a diario su patrimonio, que es a la vez mimado por las gentes que en su conjunto universalizan esta sociedad dada por entero a la más hermosa e importante virtud humana: la solidaridad.
Hoy antepongo, sobremanera, mi raciocinio a la reflexión momentánea y ahondo en los caos y cosas que, con ojo crítico, observo y descubro sorprendentemente que la vida a la que, diariamente, nos sometemos en las grandes metrópolis no llega, ni por mucho, a llenar ese espíritu combativo con el que nacemos y entregamos a la hora de nuestra hora; quizá nos debamos más a la reflexión para que el fruto de nuestra decisión sea coherente y rentable, sugestivo y armonioso y; sobre todo, sensible a nuestra idiosincrasia.
Quizá nuestra naturaleza humana, tan profunda como la raíz de un olivo, o una viña, sea como una buena madre a la que, evidentemente, queremos pero no escuchamos a pesar de los sabios consejos que ha ido recopilando a lo largo de su vida; sea como fuere, ahí está esa otra naturaleza, majestuosa, tradicional, orquestando sus colores al ritmo del sol y del agua, a ella se debe – nos debemos – las personas que laboran con ahínco invirtiendo las horas de una existencia tan importante como efímera; es gratificante “pringarse” de barro los zapatos y los bajos del pantalón para alcanzar la sensación especial de ser “uno más” en esta otra “metrópolis” urbanizada hasta la médula de viñedos y olivares.
El fruto a recoger, cuando llega la cosecha es algo que nuca he llegado a ver. Desde estas líneas comprometo mi comparecencia a tan sufrido como espectacular trabajo. El sentido urbanita que tengo de la vida me ha impedido hasta ahora escuchar ese latido que nos ofrece cada segundo la tierra. Habré de atenderla en adelante como sólo ella se merece.
Juan Camacho

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