La creación literaria supone un esfuerzo limitado en el afán persuasivo que tiene el autor al realizarla.
Honestamente, la palabra encierra en sí misma, desprotege al escritor, lo aparta de la sociedad para quien escribe obligándolo a tomar una trayectoria diferente a la de sus semejantes, no escritores, e involucrándole así, en un antagonismo singular e irremediablemente absurdo a ojos de los seres más cercanos a él.
Pongo un ejemplo cotidiano: dentro de las asociaciones literarias, los poetas, aquellos que verdaderamente hacen honor a este oficio, no ejercitan a menudo, como desgraciadamente he visto, la autoestima (esa enfermedad tan común en tantas personas). Generalmente callan si alguien los pregunta, adulándolos, por su obra.
Otras especies, suben de la tarima al palco y, desde éste, saludan orgullosos ante su primer engendro callejero, aunque entre verso y verso se les haya colado algún que otro polizón bastardo.
Por último, existen también en este oficio, sin beneficio, los auténticos poetas: aquellos a los que hay que buscar indagando los recovecos de los cafés solitarios, bajo el cristal de una luna transparente y, aun así, no se los encuentra.
Son los que están de guardia, con los codos apuntalando la doctrina de sus maestros más próximos y los que, a pie de folio, se desangran por crear un lenguaje innovador que no tenga motivos para exiliarse, ni menos aún que perezca devorado por las fauces de algún depredador literario.
Estas son las personas que ansían un lugar, en las escuelas públicas y privadas, donde se de cabida a la poesía y estén a disposición del alumnado los versos de Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Lorca y no tengan que ir a otro lugar para descubrir que sigue habiendo poetas como Claudio Rodríguez, Leopoldo de Luis, Umberto Eco, Gamoneda, Colinas, etc.
No pretendo que la poesía sea una asignatura más, al contrario, sólo trato de apoyar a un sector de población basada en un don universal: la palabra. Sólo, reconvertir la política educativa de este gobierno u otro que se le aproxime, para relanzar lo que, obviamente, parece haber naufragado.
Sólo que, contrariamente a lo manifestado por algunos escritores en prosa, la poesía si necesita de organismos públicos que la apoyen, aunque haya que dejar a los escritores en paz.
Hacia estos poetas innovadores mi más cordial enhorabuena.
Juan Camacho