Sobre el virus de la indiferencia

Comparezco ante los casos y las cosas con la indiferencia que asisto al vivir monótono de los días. Así paseo por las arenas de las grandes avenidas metropolitanas observando, con mi ojo crítico, las variadas edades del hombre; los gestos se transforman, al cruzarme con ellos, en movimientos bruscos, diría que, casi automatizados, a juzgar por la precisión con que los ejecutamos.
Sean las 10 de la mañana o las cinco de la tarde, da igual: la calle es de todos en la misma proporción que cada transeúnte es de sí mismo. Viajar durante un corto trayecto en un vehículo de transporte colectivo equivale a recibir de un solo golpe, cono mínimo, una docena de miradas en la nuca, sin que por ello a cambio te ofrezcan una mísera palabra. Aventurarse a dar una opinión, sobre un tema delicado en una tertulia de café no sólo requiere de nuestra parte, una lógica atención a nuestros receptores -por lo que son destinatarios de nuestros dichos- también nos obligamos, de algún modo, a ser cautelosos en nuestras manifestaciones, por miedo, -supongo a los que, escudándose en el poder del hombre, tergiversan la palabra.-Efectivamente, puede que el miedo sea uno de los factores a tener en cuenta acerca de nuestro comportamiento con los demás, por lo que a nuestra condición humana representa, sin embargo, no es temor lo que experimentamos al relacionarnos por vez primera, con algún desconocido.
Generalmente viene a sentirse una sensación placentera y recíproca a la vez, dado que el común denominador de ambos es el mismo: la oferta y demanda de información físico-psíquico individual. Pero no siempre que se quiere conocer a una persona, o deseamos darnos a alguien, seguimos estas pautas tradicionales; existe, aún sin motivo aparente, un desdoblamiento del individuo hacia su prójimo, una incierta tranquilidad o desconfianza – si así lo quieren – que no hace sino entorpecer nuestro camino hacia la consecución de esa amistad-hermandad…
Un elemento que puede condicionarnos a ser susceptibles, se da en las capas sociales que el hombre mismo ha creado y de las que nacen las diferencias que los encasillan; no obstante, las poli-múltiples miradas del populacho siguen dirigiéndose hacia un objetivo –en la mayoría de los casos inalcanzable donde siquiera la pupila obtiene algún que otro beneficio.- ¿Cómo explicar a una anciana que cruza un paso de peatones, nuestra prisa al volante?.¿Cómo a un niño de Cruz Roja u otro organismo similar nuestro desaire? ¿Cómo a una persona pobre, descendiente de familia humilde, el cometido, la asignación económica, el derroche que suponen los fuegos artificiales en las fiestas de su pueblo, cuando es llevado a mendigar el sustento necesario que calme la pavorosa sensación de que es víctima, por un estómago vacío?
Cada cohete lanzado a ese otro vacío es, o debiera ser para nosotros, un golpe de conciencia y su estruendo, una advertencia seria a nuestro modo de pensar para que nos diéramos cuenta de las personas descalzas con derecho al pavimento que pisamos los demás. Si reflexionamos a fondo sobre este tema, quizá llegaríamos a la conclusión de que, en el ser humano existen aún vestigios de una cultura insolidaria, de origen prehistórico que, si bien nada tiene que ver con nuestra sociedad progresista, si lo tiene y mucho con esa incertidumbre general que lleva al hombre de hoy a un modo de pensamiento regresivo, lo que evidencia con su actitud diaria frente a la sociedad.
Antes de contraer este virus, la sociedad era una linda muchachita quinceañera, si quieren, rubia y con ojos azules, que despertaba al alba desperezando con su sonrisa un cálido ¡buenos días! o ¡Adiós camarada!.
Hoy el saludo – por seguir la línea metamorfórica – en manos de quien lo ofrece, viene ya predestinado a una certera muerte, a un adiós sin despedida, a un movimiento absurdo de cabeza (con mis respetos al burro) que no deja sino al aire un desagradable hálito de desesperanza e indiferencia. No existen latitudes ni longitudes en la propagación de este virus, reside generalmente en el hombre – raramente se han hallado muestra alguna en animales irracionales – habilitando la conciencia como morada y la memoria como centro de información, donde se documentan.
Contagio psicológico. No se alarme, contrariamente al virus del SIDA, éste no se transmite mediante la relación sexual, su contagio es más psicológico que físico, por lo que ha de tenerse en cuenta más que las manifestaciones orales, las audiciones. Los signos o trastornos que evidencia ésta enfermedad son los siguientes: apatía, amnesia condicionada, estrés, autoestima en grado superlativo y, en situaciones extremas, una notable agresividad que se desarrolla de forma oral. Ahora bien, para obtener una valoración estimativa que se pueda divulgar sobre el daño que esta enfermedad puede producir a nuestra sociedad, me he permitido recoger unos datos que ofrece la historia sobre otra, desgraciadamente famosa plaga que se llevó radicalmente a millares de personas de este mundo.
La plaga en sí, más exactamente el virus obsesivo y sanguinario, escogía sus víctimas de antemano y, dato curioso, todos los enfermos eran componentes de una sola raza, por lo que, a esta enfermedad se le atribuyó el nombre de racismo, designación que se mantiene hasta nuestro días. (Llegados aquí, discúlpeme, he de aclarar que los médicos y asistentes sanitarios que trataban esta enfermedad en los diferentes países donde se daba el tan traído y llevado virus actuaban con la misma indiferencia que la mencionada al comienzo de este escrito).
Desde que fuera descubierto en el pasado siglo XVIII, hasta la fecha de hoy, ya en puertas del siglo XXI el hombre fue y es – no sé si será – no más que un siervo de la indiferencia. No ha habido un solo planteamiento socio-político serio que erradique de una vez por todas, ésta plaga que se interesa más por la manifestación colora-cutánea que por la supervivencia genérica de lo humano bajo la bóveda celeste. Es denigrante observar, máxime si lo hacemos con indiferencia, cómo renace este endemoniado virus, e incluso dentro de las fronteras de nuestra vieja piel de toro. Me refiero a los desagradables acontecimientos habidos últimamente y Dios no quiera que por haber de nuevo.
Sin embargo, mucho me temo que los tentáculos de este insurrecto abarcan ya la longitud del radio de la tierra. En los momentos que vivimos actualmente se impone la necesidad de recurrir contra algunas frases famosas como el tiempo lo borra todo, o al menos admitir que existen problemas que van directamente encaminados a generar un conflicto, sin posibilidad de omisión. Conflicto mundial. El problema o conflicto – como ustedes quieran llamarlo – es mundial. La señal internacional de socorro, el SOS, se ha estrellado contra todos los hogares y gobiernos del mundo. Psicológicamente no sé bien hasta qué punto puede bombardearnos la conciencia. Los datos en principios son claros cuando sabemos que 15 millones de personas morirán éste año por falta de alimentos. La otra cara de la moneda sigue brillando con luz propia al justificar que 500 millones de habitantes de éste planeta tienen más que satisfechas sus necesidades básicas. ¿Qué hacer? Quien se halle libre de pecado… que tire de la indiferencia.

Juan Camacho

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