REFLEXIÓN
Entonces reinaba la paz sobre el álamo,
último vigilante de aquél angosto riachuelo
encharcado en el estío, quejumbroso y desbordante
en el medio ciclo del invierno.
Reinaba la paz bajo estrellas de fondo oscuro
y sobre piélagos lisonjeados por estelas lunares.
Reinaba la paz, entonces, cuando su efigie dilatada
se ofrecía a la palma de la mano extendida, no cerrada,
y la brisa acariciaba su presencia soplo a soplo…
¡Pobre paz!, entumecida y vagabunda por el curso de la Historia.
Hoy la he visto y he plegado mi silueta a su demanda.
Hoy la he visto,
en la sonrisa no fingida de un chiquillo que gritaba: ¡Libertad!,
y he llorado como llora el trovador
que ha cedido el corazón a sus pasiones,
y he sufrido como sólo sufro yo:
¡Emancipando el sentimiento a la razón!
¡Pobre paz!
Hoy la he visto. Sí.
Hoy la he visto sentenciada en el toril de las Naciones
desangrando libertad,
y le clavan las espuelas, encarándola el engaño,
y ella asiste embravecida, con su hato desvalido
-mal herida-
¿Qué más da si no hay apego?
¡Pobre paz!, fue violada por decreto.
Yo serví su extradición.
Del tendido, un laurel besa la arena, y a mis ojos…
la algazara se transforma en reflexión.
¡Pobre paz!
Todos fijan la pupìla en el verdugo. Nadie acude a su llamada.
Mira al cielo…
y en segundos se incorpora.
¡Libertad para su vuelo!