Polizones a bordo

Euskadi, vecina europea del siglo XXI, emprende un comprometido y difícil viaje que ha tiempo, el futuro le tenía reservado. Un periplo donde el éxito de los propósitos a conseguir dependerá de la naturaleza de nuestra razón.

La historia – sabia consejera – nos revela que la intolerancia puede disfrazarse y colarse como polizón en la comitiva –formada para negociar la tregua de ETA– de un gobierno que desarrolla su ejercicio en un estado de pleno derecho pero contemporánea aquella de los hechos de una dictadura aparentemente desaparecida que ningún bien hizo a esta tierra.

También la historia, la propia vida y, gracias a ella, la experiencia a la que tanto debemos, nos señala del peligro que entraña la ambición ya que podría adoptar el mismo disfraz que la intolerancia –anteriormente citada– y adentrarse en el colectivo nacionalista cuya legitimidad, siempre manifiesta, nadie le discute pero que podría incurrir en las diferentes maneras a que atiende la radicalidad.

Ninguno de los representantes de ambos gobiernos, y por el bien común de la sociedad toda, puede ni debe relegar por más tiempo un asunto tan transcendental como es este ofrecimiento de ETA, pues de su solución dependerá no sólo la salud psicológica de tantísimas personas afectadas directa e indirectamente por este fenómeno, sino sus propias vidas.

De ello también depende que la construcción de una Euskadi libre, con su pluralidad política a la cabeza de esta tolerante y solidaria sociedad, desempeñe diaria y tenazmente su trabajo para servirla y fortalecerla y darse a Europa y al mundo entero desde la gran satisfacción que supone haber conseguido nuestros propósitos con la mejor arma: la palabra.

La palabra, la exacta, la que no necesita de ornamentos ni se presta a confabulaciones de ningún orden.

Necesitamos la palabra para que nos haga ver la honradez cuando no la dignidad política del que la utiliza dejando de lado todas aquellas que conducen al mensaje a la más que deleznable y repudiada ambigüedad.

Así de gratificante sería también –siempre dentro de cualquiera negociación– que las manifestaciones de aquellos profesionales que, con pertinaz empeño, se inmiscuyen metiendo su hocico para saciar la hambruna de morbo que padecen, dejaran de ostentar el papel de sumos sacerdotes que representan.

El pueblo, cansado, espera que la ecuanimidad de sus representantes, nacionalistas o no, esté a la altura que exige este conflicto y por consiguiente a la de su negociación y confía en la “generosidad” prometida por el presidente Aznar…

Al fin, la luz de Euskal Herria incidirá sobre las consciencias de aquellas personas que cumplen condena por sus hechos fuera del país al que han de volver. Dios quiera que nuestros propósitos no se queden en meros propósitos.

Juan Camacho

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