Los dogmas religiosos y los estados anímicos

Los diferentes dogmas religiosos fueron creados en su totalidad para amparar los diferentes estados anímicos y de conciencia mística de la humanidad; así tenemos que, después de la muerte, la reencarnación según el Hinduismo viene dada por Brahma el Absoluto que es, ni más ni menos, el Principio creador de todas las cosas siendo Dios Atman de quien proceden todas las almas (tantas como lo son los cuerpos en los que se encarna).

Esta concepción difiere de la del cristianismo para el que Dios ha creado un alma, para cada individuo.

De igual modo, el Budismo que dista en muchos puntos del Hinduismo no cree en la existencia de un alma individual y eterna, afirmando que, el hombre, es el transmisor “de una energía ininterrumpida y acumulada en otras existencias”. Son cuatro las verdades en las que se basa esta doctrina iniciada por Buda en la India en el siglo VI: La realidad del mundo es dolor. El origen del dolor es el apego a la vida. La liberación del dolor es posible mediante la extinción del deseo: nirvana; existe un camino para esta extinción: la ley dharme.

Sólo la conciencia del ser, fidedigna a un sentimiento profundo con lo divino, entraña tales creencias como la superación a ese estado de muerte que “vivió” Lázaro, quien íntimamente a Jesús no pudo por menos que obedecer la orden, Lázaro sal.

Hacía ya varios días que estaba enterrado y olía mal, precisa el Evangelio, “Los cristianos consideran que se trató de un milagro de Cristo, pero admiten también que el tal Lázaro, del que los Evangelios no vuelven a hablar, se limitó a recuperar su cuerpo anterior a su muerte. No es comparable a la resurrección de Cristo que, por su parte, tras sus tres días en la tumba, salió de ella son su cuerpo eterno”.

Lázaro tuvo que morir una segunda vez, como todo el mundo. Lo que permite pensar que su primera resurrección fue más bien una resucitación, es decir, una reanimación. Sin embargo, Lázaro no se hallaba en un estado cataléptico puesto que fue un milagro debido al poder divino de Cristo.

Por otro lado, sospecho que las confrontaciones de opinión con base a estas creencias obedecen más al sentido filosófico del individuo en sí, que a toda la parafernalia religiosa inculcada desde tiempos remotos, dado nuestro escepticismo, hoy por hoy, ante los milagros.

Ahora bien, si admitiéramos que la flexibilidad de nuestro pensamiento concede, en un estado de pre-muerte, cierta rigidez a nuestro espíritu, cuando éste se entrega al advenimiento del alma, el sujeto puede interpretar, legítimamente, una situación única, por excepcional, y comparable a lo divino.

Pero estas figuraciones hipotéticas van modificándose según los conocimientos adquiridos y el nivel de inteligencia desarrollado durante la vida.

Sirvan, como ejemplo, estas líneas que el escritor Helene Renard recoge con habilidad para nosotros: “Algunos teólogos, como Althaus, han llegado a decir que hablar de un alma no está de acuerdo con la Biblia y la idea ha tenido tanto éxito que el nuevo Misal romano de 1970 elimina de la liturgia de los difuntos la palabra alma, que también ha desaparecido del ritual de los funerales” …

Efectivamente. Alma, cuerpo, sentimientos y mundo. Toda una cábala. Un puzzle, donde nuestra existencia ha de ser encajada por Dios, ese hombre efímero en la mente humana y por humana creada sin nombre ni apellidos concretos, sin prisas ni tiempo. Ese dador de vida, infiltrado, quizá, en el aura de nuestras almas que arropa el traje con el que venimos y nos vamos…

Torna la sociedad, es verdad, a defender los intereses del país que la cobija, caminando entre proyectos, labrando con empeño y sin razones, aquello que sus gobernantes de cuerpo dictan: porque así es el alma, como quien calladamente escucha: el epicentro, sin forma, que anida nuestros sentidos, sin otras arbitrariedades ni movimientos que los de su propia música. ¿Qué más me da hombre que sociedad, si a ella no hay quien la ordena o entretenga, ni tiene por qué defender fronteras, ni comulga con políticas?

No puede siquiera, el alma, ser soñada, ni fenecer o ser pensada, ¡Tal es su inmaterialidad!, no obstante, puede ser como Dios. Imaginada. Aún imaginada, si el cuerpo llega a la muerte abrazado al alma, ¿Quién o qué abraza a éste cuando llega a dónde? Un sinfín de preguntas sin respuestas. Un mundo de almas que utilizan al hombre, como medio, para alcanzar un fin, eso es la vida en la tierra; aun así, la existencia ha querido firmar en el libro de la Historia con la palabra hombre, y es cierto, no más que a una palabra me suena. Es tan efímera su presencia…

El rotar, nuestro giro milenario, sin más rumbo que el originario dado, se me antoja impuesto por aquel, de quien quiera que sea la mano.

Siempre girando y girando; como en tierras castellanas (la imagen de un asno me recuerda) éste girando sobre un eje, para lograr el agua que sacie de sed al ganado. En nuestro giro pregunto ¿Qué providencia alcanzamos?

El cosmos es un infinito al que siquiera llegamos, es un cúmulo de ideas que difícilmente captamos. Astros, planetas, estrellas…

Ciencia al fin y al cabo, ¿No será que el alma, digo alma y digo Dios, es el auténtico reclamo a todo cuanto acontece a nuestro pensamiento, imperfecto como humano?

Cuerpo y alma unido, como tierra y piélago, amigo y no amigo, si no hermano, raíz y tallo, aura y espacio.

Un todo hay en las cosas. Sí. Un todo Divinamente humanitario.

Juan Camacho

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