La rebelión de las letras

Resulta paradójico que el hombre haya sido capaz de crear este vehículo cuya fuerza motriz radica en la propia persona que lo controla. Siempre he dicho que no es tarea fácil crear un hábito, como la lectura, en las personas. Aún más difícil si pretendemos situarlas en la orilla del rio literario donde ha de pasar navegando una barquichuela vulgar. Hay escritores comprometidos y personas que se comprometen a ser escritores. Los primeros, puede que ejerzan el trabajo en razón a su oficio. Los segundos, quizá por su compromiso, aporten al lector más ilusiones indocumentadas que documentos escritos. En ambos casos actúa un denominador común: La Palabra. No obstante, la palabra, puede no acudir al escritor en el instante preciso que es requerida, por ello nuestro segundo autor ha decidido recurrir al abecedario en demanda de una resolución ya que, como articulista, ha de utilizar la imaginación para salvar su dignidad… y expone:

Hace unos días me llegó un comunicado firmado por la letra a en el que expresaban tanto vocales como consonantes la solidaridad con su compañera: Letra ñ ¿Se acuerdan de la polémica? Pues bien, en la nota me ruega que, tras legalizar la asociación que ella preside con el nombre “La palabra” le dedique especial atención a todos los vocablos donde se solicite su presencia, requiriéndola cuantas veces me sea posible etc…

Evidentemente, como pueden imaginar, me negué rotundamente a reconocer dicha asociación y su pretendido liderazgo. Del mismo modo, consideré justo reprocharle su elevado grado de vanidad e incluso creo que llegué a molestarla cuando hice referencia al nombre del grupo, en el que, como observarán, no está representada ninguna otra vocal. Sé, fehacientemente que, mis declaraciones a su periódico pueden lastimar, en cierta medida, la imagen que ofrece a sus lectores, a los que pido disculpas si llego a confundir. Siempre he seguido al pie de la letra mis pensamientos. Nunca he doblegado su trayectoria… ¡Jamás! sin embargo noto en mi haber la inquietud que emerge de esta letra. Por otro lado, es cierto que tomo todas las precauciones a la hora de escribir pero, me sé vencido por su interferencia: La errata está servida.

A hurtadillas compra los sinónimos,dejándome escasos recursos de equidad: utiliza como sombrero los acentos, cómo y cuando quiere… Temo una inminente rebelión. Una producción de palabras organizadas, con cierto sentido irónico a mis ojos – ávidos de interés- y me pregunto si no será una mala pasada de mi equilibrio psíquico. A veces me propongo traspasar el umbral que separa lo humano de las letras y sueño con desarrollar un sentido especial, ajeno a toda obra literaria pero, al mismo tiempo, anejo a nuestro abecedario. Un sentido en nada quimérico, gracias al cual, no tuviéramos nunca que plantearnos nuestra cordura; y sucede lo inevitable:

Volver al hombre. Al punto de partida. Quizá a la ruptura de un gruñido tan ancestralmente arraigado como la misma existencia. Significaría esto conquistar, ya no el fuego si no un mísero vocablo. Un legado de poder que parte de la racionalidad e inteligencia del ser humano. Sí. La herramienta perfecta para la comunicación. El hombre. Sólo él. Sin ayuda de Dios, lo creó.

Veintiocho fonemas con diferente función gramatical. Veintiocho que sirvieron a Cervantes para escribir El Quijote. Precisamente las mismas que utilizaron para traducir la Biblia a nuestro idioma. Veintiocho letras recogidas en un abecedario. La obra cumbre del hombre y asimismo inmortal, ya que está por encima de él y también de Dios.

Yo, señores, contemplo este abecedario con la ilusión que me permita un mañana y la incertidumbre con que viaja el futuro, sólo hace que me sienta más unido a él. Ahora bien, si esta unión implica sumisión, si esta letra quisquillosa, arrogante, coqueta y feminista hasta la médula no cede a sus pretensiones, me veré obligado a tomar, si puedo, otras medidas más reaccionarias. Resulta paradójico que el hombre haya sido capaz de crear, desde su condición mortal, este vehículo cuya fuerza motriz radica en la propia persona que lo controla.

Una auténtica bomba que puede hacer estallar el mundo en millones de pedazos; pero también una esperanza disfrazada de paloma, capaz de acallar la violencia más radical allá donde se halle. Esto es lo que ha conseguido el hombre, el mismo que, aun hoy, es incapaz de elaborar el antídoto a su desaparición física.

La naturaleza es sabia, me dicen los viejos lugareños, cuando comparto con ellos mi tiempo de ocio y les propongo una tarde de café y un debate sobre una hipótesis coyuntural acerca de la incursión física, sensorial a nuestro abecedario. Me toman a risa… ¡Pobres ingenuos! –pienso-No saben que el hombre al crear, tiene unos límites y si algo escapara a esa creación, ésta se volvería irremisiblemente contra él.

A propósito, adviertan que el ser humano es un componente más de la creación de Dios.  Reflexionen con prudencia y contéstense a sí mismos, si en más de una ocasión no se han vuelto contra ÉL. (Algunos compañeros de tertulia nos abandonan con un “sí, claro” nada convencido).

-Después de encender un cigarrillo, prosigo la conversación pero no sin un cierto temor ante los ya muy pocos contertulios presentes-

Sigo creyendo que la letra está adquiriendo nuevos valores que le son llegados del mismísimo tiempo al entorno donde se hallan y cohabitan. Tenemos que olvidar la imagen de la letra que manipulamos, para llegar al significado real que puede ofrecernos cada una de ellas.

Piensen ustedes lo que quieran pero, les afirmo que el abecedario es una Institución y como órgano principal y distribuidor de letras, se emplea afanosamente en la consecución de una fórmula autonómica…

-¡Hombre!, no veo nada raro en ello – me contestan -.

En el seno de nuestras familias, llegando el momento, los hijos piden también su autonomía, su independencia. Abandonan el hogar para…

-Sí, sí… – Les interrumpo-, pero he ahí la diferencia.

Las letras no se van de casa. Viven con nosotros. Están en nosotros; mientras que la p/a/l/a/b/r/a es quien se las lleva de calle. ¿Notan la diferencia?

Todo sigue su curso:

El escritor comprometido utiliza la pluma mientras sus ojos observan los aconteceres sociales. El comprometido a ser escritor, lucha contra corriente en ese río literario donde, ¿quién sabe?, puede que algún día aminore el temporal.

El lector, como destinatario, compra el periódico y lee, eso sí, lo que estima más interesante.

La letra, agradecida a la palabra, continúa recorriendo las imprentas, calles, quioscos, cafeterías, etc… llevando, de vez en cuando, un polizón a bordo: La errata.

Juan Camacho

flecha