Mentiría si con rotundidad afirmara que nadie espera nada de nadie. Hay que estar al borde de la muerte, que es la misma ruina, para dejarnos arrastrar por la esperanza hacia la mano solidaria, humanista y eso viene a ser lo mismo que creer en los milagros.
Entones se van perdiendo algunos valores con los que no se nace y que sí se adquieren a lo largo de nuestra vida: la dignidad por ejemplo, a la que siempre se aferra nuestra idiosincrasia. El equilibrio psíquico al que nos debemos por ser éste de vital importancia en el desempeño total de nuestra permanencia y funciones sociales; la autoestima compañera de esos lares en los que, sin querer, nos exponemos ante diferentes conatos atentatorios contra nuestro ego… y, entre otros valores, se pierde el más universalmente conocido: el legado del Santo Job: la paciencia.
Pues bien, antes de perderla definitivamente quisiera redescubrir los sentidos del nacionalismo vasco para interpretar la solidaria o insolidaria política empleada por sus hoy más significativos líderes, pero es harto difícil si no se profundiza en la raíz de su enquistada historia. La insistencia inusitada de algunos periodistas en demostrar lo que a su juicio escandaliza cuando no atropella la opinión, libre por un lado, pero indocumentada por otro sobre el momento histórico que se disfruta en el País Vasco, es desoladora.
Existe hoy – y no menos que ayer – un enfrentamiento político entre nacionalistas y Estado en base a unas reivindicaciones desatendidas, desgraciadamente, por el Gobierno Socialista y retomadas para omitirlas nuevamente el Gobierno del PP, pero desde un posicionamiento paternalista evitando de este modo los tan temidos roces diplomáticos que puedan irrumpir, cuando no estallar, en el alma de los que, con su voto, legitimaron en su día dicha representación política a ese nivel donde el paro y la marginación coexisten en un plano más que figurativo.
La génesis política del creador del nacionalismo vasco amedrenta el entusiasmo de la derecha más reaccionaria de este país inducido forzosamente a comulgar con algunas de la teorías más étnicas y xenofóbicas del entonces <> Sabino Arana.
Pero la historia no sólo obedece al sentimiento si no que apela también al sentido y así nos encontramos con un personaje francés al que verdaderamente se le atribuye ser el padre del nacionalismo vasco: Josep-Augusto Chaho, quien medio siglo antes que Sabino ya se pronunciaba sobre la nacionalidad del País Vasco, y del que <> abundantemente el género romántico que emergiera del Aranismo.
Así pues, la solidaridad del Gobierno central se hace a sí misma insolidaria en cuanto a las reivindicaciones que le son requeridas desde el País Vasco. Deben de estar muy ocupados con el borrador a presentar a la sociedad, sobre los incrementos salariales a parlamentarios y secretarios generales. ¿He dicho incremento salarial o resignación de fondos de representación?
Juan Camacho