La verdad es que fastidia sentarse frente a un folio en blanco para intentar desgranar y comprender ese compendio constante de decisiones políticas que amartilla todas las mañanas la fragilidad de nuestras conciencias.
Son estas noticias las que nos retrotraen al bélico escenario del pasado del que tuvimos algo que aprender. Ayer fueron nuestros antepasados, hombres limpios de polvo y paja los que confiaron su voto a un determinado líder, una persona más entre los siete mil millones que habitamos la tierra.
Es relativamente fácil acertar cualquier pronóstico sobre esta desafortunada carrera que nos trae de cabeza y cuya línea de salida todos conocemos. Su recorrido es una incógnita aunque pienso que se dirige hacia esa meta que ni los políticos, responsables de su ejecución, conocen.
Una puñalada trapera a los intereses más básicos de la convivencia. Un descalabro económico y laboral difícilmente evaluable. Una perenne amenaza de guerra mundial —y ya sería la tercera— que nos devolvería a la edad de piedra… ¿Advertiremos, entonces, la falta de inteligencia y de liderazgo en aquellos que fueron llamados los elegidos? ¿Acaso se ha desnortado el valor intrínseco que contiene la palabra?
La diplomacia no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, pero sí al de los intereses, dejando patente que es otro el espíritu que gobierna determinadas decisiones. El resultado lo sentimos, pero no en propia carne, pues son las balas la que hieren y matan de verdad. Lástima que los que deciden no sufran en su seno familiar —que es donde duele— este ultraje.