Admiro, no sin cierto estupor, esta sociedad enclaustrada en su particular parcela de vida; personas con el necesario control para captar el sentido de todo cuanto acontece a su alrededor, pero dueños de un rasero especial a la hora de medir la intensidad de cada suceso, lo que le permite no caer en la tentativa del involucrismo político y salir airosa de responsabilidades. No obstante y en los momentos de mayor incertidumbre, no me extraña que desempeñe el papel que la corresponde ante la proliferación de las variopintas manifestaciones que a diario acontecen en este Estado Democrático de Derecho donde la homogeneidad de las ideas de nuestros políticos sólo es perceptible en su filosofía.
La desconfianza por tales manifestaciones genera en la sociedad un clima de inseguridad a la vez que perplejo, por cuanto del mensaje se pueda – no se deba – interpretar y, claro está, los partidarios de fulanito dicen y los de menganito no dicen, lo que acusa irremediablemente el conjunto de la sociedad en su propio detrimento. El gobierno no llega a vislumbrar, ni aún con la lupa del poder, la capacidad crítica que puede desarrollar esta sociedad ante determinados acontecimientos, a pesar de que éstos estén dirigidos a torpedear algunos de los logros más emblemáticos conseguidos. Todo esto conduce a la sociedad a una situación caótica y el calado trascendental, que se supone, parte de la inoperancia de sus representantes en materia de seguridad y justicia no es más que el resultado de una pésima labor condicionalmente partidista.
El hartazgo de todo un pueblo no peca de ambigüedad, o se garantiza la convivencia democrática en éste país o cambia la sociedad pero, ¿hacia qué sociedad vamos? Es un fastidio tener que clasificar la sociedad en dos grupos pero, a la vez, es una fórmula que nos permite revelar la idiosincrasia de ambos ante los elementos distorsionadores que las comprometen; así tenemos pues, los resultados de diferentes encuestas realizadas por empresas especializadas cuyo propósito es acercar el verdadero status político que impera en la sociedad, ofreciéndonos datos significativos con absoluta imparcialidad. En actuaciones escabrosas, vandálicas, terroristas, corruptelas y desatinos políticos que afecta directamente al pueblo, la sociedad no se identifica necesaria e ideológicamente con partidos de derechas o izquierdas adquiriendo, eso sí, una ejemplarizante cordura. Este advenimiento de cordura, de rechazo, tanto al lenguaje de nuestros políticos como a todo intento desestabilizador ya no por parte del terrorismo sino a todo aquello que por antonomasia incide en lo que damos a llamar bienestar social, tiene una encomiable razón de ser: la lucha pacífica de la propia sociedad para autoprotegerse o autodefenderse.
Juan Camacho