Entre inquinas y rencores

Una vez que te enfrentas a la creación literaria es muy saludable templar la calma y abandonarse a la inspiración, —tan necesaria ésta— incluso dando de lado al rencor que, con su inquina, se hospeda como un parásito en nuestro cerebro. Ahora bien, nadie es perfecto, pero el ser que descalifica a otro en base a reiteradas acusaciones basadas, todas ellas, en la misma acción, es para mí un ser despreciable y malintencionado. Todo esto que les narro no goza ni de grandes, ni de pequeños titulares en prensa o televisión, en estos medios salen las estadísticas y el conteo de afectados por el maltrato, el acoso o aquel medio que se utilice para menospreciar y agredir verbalmente a la víctima, sea ésta hombre o mujer.  Son estas discusiones, entre iguales, las que afianza el tiempo a la rutina, solo que uno de los dos actores está protegido por la divina providencia y asegura siempre tener la razón —por eso critica, aturde, menosprecia y acusa— y el otro es quien soporta la aversión y estigmatización periódica, controlada por el primero.

Si algo nos enseña la literatura es a obtener la calma necesaria para no ser pasto de la ira y responder desde el equilibrio emocional para defendernos, porque a ningún acuerdo se llega desde la palabra si la cerrazón segmenta el horizonte del verbo razonar, así pues, tan solo nos queda la justicia terrena que es lenta y no goza de un historial muy satisfactorio que digamos. Daría un voto de confianza a la palabra “respeto”, tres sílabas que acallarán las acusaciones periódicas a las que antes hice referencia y sobre todo tres sílabas que nos mantendrán a raya para volver la mirada hacia nosotros mismos antes de acusar, amedrentar o despreciar a nuestro contrario. Si eres feo de nada vale que te lo reiteren por etapas, seguirás siéndolo toda la vida, pero, ¿qué propósito enfermizo le lleva al acosador a llamártelo?

 

flecha