Sucede en las tertulias literarias con bastante frecuencia que, acabada la lectura del poema, el poeta observa cómo la palabra se demora, venga de donde venga. Así pues, experimenta un cierto desasosiego ante la imposibilidad de seguir frente a sus receptores. La palabra quiere acudir, pero es atrincherada por el silencio no sé si debido a la reflexión que habita en cada una de las conciencias presentes: indecisa, no sabe qué vestido ponerse; si el del agasajo o el crítico, si el adulatorio o el huidizo, si el discriminatorio o el acusador.
Todo un dilema se forja a expensas del poeta que reflexiona sobre las circunstancias que han motivado su elocución poética. No obstante, todo desasosiego tiene su recompensa, todo pensamiento su punto de ebullición fluidez, toda cábala… su solución y entonces, como un resorte emerge la palabra, la opinión.
Hay que tener presente, en todo momento, que la opinión no es un elemento directo de trabajo, sin embargo bien puede ser un factor natural y decisivo en cuanto que, monopoliza, ya no el trabajo en sí del escritor – poemas, cuentos, ensayos, etc…- si no la propia idea en la que se ha basado, por lo que viene a determinar, en cierto modo, la operatividad conceptual del autor.
Cuando se nos facilita una opinión, deberíamos de poder exigir a su emisor al menos, una capacidad crítica constructiva al tiempo que una disponibilidad homogénea a nuestro pensamiento, como eje vertebrador de la obra creada, ya que, para este tipo de apreciaciones entiendo exigible un especial interés, tanto por lo original de la obra como por la evolución de la idea y su final conclusión. Llegados aquí, el poeta podría manifestar que la obra ha de juzgarse por lo que de escritura contiene –aferrándose de un modo suspicaz a su auto protección y no a lo que por idea se desprende-. Además se alega que, todo escrito se desarrolla en función de una referencia determinada: si bien puede suscitar en el lector gran diversidad de ideas.
Resulta curioso cómo, a veces, el escritor, al tomar conciencia de la obra que pretende, nota cómo es relegado a un segundo plano, y no por la idea que trabaja sino por la condición que le viene impuesta y es tan necesaria ésta en sí misma como lo es para nosotros el latido que sentimos ante la adversidad y apatía por estos fenómenos irregulares que trastocan el más sagrado sentido: la razón.
Para definir esta condición impuesta que, atribuyo al individuo en su periodo creativo, recurro a Freud quien me auxilia denominándolo Estado psicodélico, gracias al cual el autor estimula una serie de potencias psíquicas que, en condiciones normales están ocultas. Estas potencias psíquicas generalmente no son más que reacciones del cerebro a consecuencia de las imágenes retrospectivas tomadas de un hipotético estado de inconsciencia. Después de analizarlas, por medio de impulsos salen al exterior. Pero volvemos a la tertulia literaria antes de que nuestro poeta opte por marcharse…
La opinión -dice- no es el condimento que a diario se utilice para cocer los sentidos, es un parecer que nos viene de la nada, es un concepto sin conocimiento de fondo, siete letras y un acento, no más que una palabra accesible a todos… eso sí: con dos enormes caras. Por ello, precisamente, no espero de la opinión que tengan, más que una idea superflua y mínimamente elucubrada, sin garantías que procuren a mi obra: máxime si les dijera que, en la filosofía de Platón, “la opinión opuesta a la ciencia debe ser superada por el razonamiento y sobre todo por la intuición”. Aun así, decirles que, difiero de este planteamiento filosófico pues, si ha de ser superada la opinión… no precisamente lo ha de ser por el razonamiento y mucho menos por la intuición: si acaso sería por el conocimiento, adquirido por el estudio. A continuación expongo dos ejemplos:
– Porque no conozco: intuyo.
– Si razono, dentro de la libertad de mi pensamiento, puedo crear todo lo que se me antoje pero, siempre dentro de los límites que mi libertad de pensamiento tenga: luego… llego a la obra a través del raciocinio, por lo que estos dos componentes no alcanza ni aun ligándolos a ofrecerme un mínimo de conocimiento. Por lo que se desprende que la opinión bien puede ser un acercamiento a la verdad, en tanto que el conocimiento es la verdad misma.
Juan Camacho