EL NORTE PERDIDO

De cómo se perece en el anonimato cada vez que suena el estruendo de las pistolas, o el de una bomba lapa, o una sentencia injusta, o el escándalo de una determinada maniobra política… De cómo los ecos son cada vez mayores y se multiplican y publicitan en las cadenas audiovisuales sin calar para nada en el trasiego diario al que acostumbramos nuestros cuerpos. Se diría que la opinión individual queda guardada celosamente junto a nuestras prendas más intimas, dentro del hogar, al que asistíamos anteayer más seguro que hoy; y así mostramos, silenciosamente, nuestra más enérgica repulsa uniéndonos a las manifestaciones fúnebres de quienes, como nosotros, las convocan desde la impotencia manifiesta en la neblina del temor.
El poder, como herramienta disfrazadamente política, está empecinado en ganar la partida de ajedrez al terrorismo sacrificando los peones ante la intimidatoria mirada de los hijos de aquellos gudaris que no saben olvidar el resultado de una guerra entre españoles. El odio a los maquetos de ayer queda apenas relegado a un, más que dudoso, segundo puesto ante la sangre vasca vertida en suelo euskaldun y a manos de los vascos que se autodefinen libertadores de Euskal Herria. ¿No se dan cuenta de que son los desheredados de la casa del padre? Son los hijos descarriados a los que nuestro lehendakari hace unos días hacía referencia aludiendo que no se iban a quedar en la cuneta pero el sufrimiento de Ardanza les importa un bledo, tanto como el nacionalismo vasco, tanto como la mismísima entraña de esta noble tierra. El hoy pasa a ser historia mañana y Euskadi necesita hoy más que nunca su presente nítido, precisamente para sostén de esa generación que empuja y grita unánimemente en silencio la paz que necesita. No queremos – como dice el presidente del Gobierno Español- que otros vengan a ocupar el puesto vacío que dejan los concejales asesinados, deseamos que éstos vivan aquí y que junto a nosotros esgrimen el arma de la palabra que es, por sí sola, suficiente para conseguir la estabilidad política deseada y que callen para siempre junto a ellos las pistolas y las bombas y brote la cordura y den una oportunidad al envenenado raciocinio que los mantiene alejados incluso de ellos mismos. Sembremos todos, y en este país, la semilla de la paz para que las futuras generaciones no confundan el significado del Guernica de cuyo autor malagueño heredamos. Entristecería que la apocalipsis que se contempla en él tuviera más que ver con ETA que con lo que la historia nos dice. El pueblo vasco apuesta por la libertad y el progreso. Enterremos la ira, la intolerancia puede hacer que perdamos el norte.
Juan Camacho

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