Crítica a la obra titulada El Dios del Olvido, de Juan Camacho

El libro de Juan Camacho presenta versos libres y ritmos interiores que dan cauce a los poemas surreales y narrativas romanceadas de honda tradición desde el inicio de la poesía castellana. La obra El Dios del olvido, de Juan Camacho, extenso en páginas, contenido y modos formales, muestra una personalidad creativa y meditabunda y vital, sombría y luminosa. Los temas capitales de la publicación van apoderándose del lector de estos poemas, pues sencillez y surrealidad se dan dialécticamente de manos y de bruces.

Bilbao y su comarca industrial – la mítica margen izquierda del Nervión – está alumbrando una nueva hornada de escritores jóvenes que, con el tiempo y la constancia creadora, puede cristalizar en generación (o movimientos literario, si se prefiere) con personalidad propia en el contexto de las letras españolas.

Uno de esos nuevos autores es Juan Camacho, conocido sobre todo como poeta, pero cultivador de todos los géneros literarios, cuyo poemario El dios del Olvido ha publicado recientemente El Candil (asociación literaria promovida y presidida por él en su primera andadura), en su Colección de Autores.

El libro, extenso en páginas, contenido y modos formales, muestra una personalidad creativa meditabunda y vital, sombría y luminosa. Luz opaca de atardecer como presencia densa y fugitiva podría ser el subtítulo de esta obra. Los temas capitales van apoderándose del lector de estos poemas, ora degustándolos, ora enfrentándose a ellos, pues sencillez conceptual y surrealidad laberíntica se dan dialécticamente de manos y de bruces.

En enumeración sucinta, podemos señalar el tratamiento del amor en múltiples facetas (p.e.: amor idealizado /amor pecado); el de la muerte física y como resurrección (el autor, a veces, se desdobla y se contempla muerto, aspecto éste original entre nosotros, en contraposición al Quevedo del “polvo seré, más polvo enamorado” que presiente la mortalidad futura sin verse desde la otra orilla, actitud frecuente en el enfoque tradicional de nuestra lírica), el de lo religioso en su aspecto primigenio y personal (la religación zubiriana) desde un subjetivismo radical, sincero y lacerante, que dialoga de tú a tú, propio de la reflexión metafísica del actual arte español, liberado ya de los dogmatismos clericales y anticlericales, tan verdades metafóricas y paradójicas de las que hacen pensar al lector de los poemas breves e intuitivos de la última parte del libro.

Por lo que a la forma respecta, nos encontramos junto al verso libre de ritmos interiores que da cauce a los poemas surreales, las composiciones narrativas romanceadas de extensión media o larga, vehículo formal de honda tradición desde el inicio de la poesía castellana hasta hoy (de lo que este libro es prueba fehaciente), muy logrados en su sencillez estrófica, profundidad narradora y agilidad discursiva; amén de algún que otro romancillo breve, de tonalidades nebulosas y nigrománticas, en línea con nuestro romanticismo decimonónico, becqueriano sobre todo; por último los poemas/pincel de la última parte utilizan la técnica del haiku nipón, ligeros acerados, sin imaginería ingeniosa que pueda emparentarlos mínimamente con la greguería ramoniana.

Como comentario final, resaltemos el interés de esta poética, hija de la inquietud y de la búsqueda innovadora de Juan Camacho, cuyo mestizaje peninsular vasco-manchego (o manchego-vasco, lo mismo da) acrece nuestra geografía literario con riesgo (“Miedo/No/ A volar no tengo miedo/ tan sólo a ser ave”) y conciencia de fugacidad perenne, cual es la Poesía, como la estrofa final de La esencia del alma (y entona su canto la suave brisa/ dejando la huella en su breve pasar/se posa en la arena/ y haciendo una pausa…volando se va).

Con excelentes ilustraciones de los pintores Germán Ruiz y Miguel Ángel Peña y prólogo de la filóloga María José Rivas.

Miguel Ángel Manjón Calvo

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