Somos lo que fuimos antes de soñarnos. Una frase como otra cualquiera, sin apenas relevancia, depende de quién en ella se detenga, pero bástenos involucrarla en nuestra cotidianidad para vernos identificados con su significado.
Soñar no es un deber sino un derecho que al ser humano atiende, es el otro <> que dentro llevamos sin carne ni hueso. Es el supermán que sale triunfador de toda lid nocturna para estrellarse al alba en el instante preciso que cobra verticalidad nuestro cuerpo y comienza la lucha diaria; y lo soñado – si se recuerda – se aduerme en el desván de lo inconcreto dejándonos inmersos en el desamparo.
Soñar con el poder y poder soñar lo que no somos, hace que seamos marionetas manipuladas hábilmente por quienes, soñando con el poder lo consiguen. Nos debemos, por natura salubridad, a la pasión por lo material de ahí que la vida sea toda ella un teatro, el trabajo, la política… y aún así, todo en su conjunto es efímero; y esto a tal punto nos vulnera que, necesariamente arrastramos la cruz que heredáramos a cambio de cualquier <> que seamos capaces de <>.
El pueblo español no es en absoluto innovador, gusta de mantener una ética reflexiva antes que decisiva y, en vano, se justifica apelando a la consabida tradición de las formas y su conjunto. En el amor, y aún creado el antídoto a las más diversas formas de enamoramiento, se es más suspicaz que amante; de nada sirve doblegarse al razonamiento de uno mismo si no se tiene dentro de sí la paz necesaria para demostrarse ante los demás tal como se es.
Nada hay como un buen descanso para regenerar nuestras células y en ese estado darse, como a los demás nos damos, al sueño, por lo que tenga que ofrecernos al despertar, lo soñado.
Juan Camacho. Escritor.