Precisamente son las medidas políticas impopulares las que más votos restan a cualquier gobierno, sean cualesquiera las siglas que le amparen. Toda una evidencia.
En este país donde la razón de la fuerza doblega a la fuerza de la razón es sumamente peligroso asomar la desnudez del pensamiento político y, aún más exponerlo como si de un engendro se tratara, sin forma precisa aún, sin un criterio social y responsable que lo afiance y menos sin una vía de identificación por donde circule sin riesgos.
Tal es el caso del bienestar social hasta ahora conseguido, y por el contrario, las diferentes alternativas a un problema común a los diferentes gobiernos que forman el status internacional europeo, sin ánimos de ir más allá de la frontera de nuestro mercado más próximo.
Será porque como la primavera, como estación que ahora se nos muestra, la política también se altera; será que la conciencia atiende más a la solidaridad que al egocentrismo; será que tras el varapalo electoral circula la sangre con más fluidez de lo debido, lo cierto es que la clase política vasca ha puesto su índice en la llaga y después de tanto titubeo, dimes y diretes, al fin se perfila hacia la búsqueda del antídoto necesario que palíe este mal con el que acabaremos despidiendo un siglo y comenzaremos otro: el paro.
Sabemos por experiencia que el problema es grave, más aún si caemos en la red de la obsesión, fenómeno que jamás tendría que reflejarse en la sociedad desde el aparato de gobierno – por la desconfianza que suscitaría en el vulgo ante la enorme dificultad de solución que encierra -. Es por ello que a nada conduce la tan cacareada promesa ilusoria, venga tanto del seno del PSOE como del PP refiriendo paulatinamente la creación de un sinnúmero desorbitado de empleos.
No convencen. Ahí el marketing no vende.
Sin embargo, todo problema atendido debidamente y a su tiempo, con una rigurosa voluntad, auténtica y responsable, alcanza su luz.
La solución a este gran mal que nos afecta ha de pasar necesariamente por una de las palabras más utilizadas, a todos los niveles, durante la última década: la solidaridad.
Sabemos que España es un país que ha dado en varias ocasiones muestras fehacientes de solidaridad, su bondad – la bondad del pueblo español – ha sido y es reconocida mundialmente, ora por catástrofes de índole natural, ora por ayuda humanitaria a distintos países del tercer mundo. En síntesis, es noble y denota un gran sentido de la responsabilidad hacia los demás; pero no nos engañemos, que de lo que ahora se trata nada tiene que ver con << esa solidaridad >> que es virtud de todo un pueblo, sino con esa otra que plantean al conjunto de los trabajadores con ocupación, los responsables políticos, para reducir, cuanto se pueda, las ramificaciones de esta enfermedad a la que hace tiempo se debió buscar su antídoto.
Quizá la utilización de una medicina preventiva, como el ahorro de los dineros públicos, hubiera evitado el crecimiento de esta plaga, pero no, se dejó, como todos solemos dejar para mañana u otro día lo de hoy; y así nos enfrentamos a unos gastos esperpénticos para celebrar los mundiales y fue que, aún sabiendo de la importancia de susodicho problema nos embarcamos, unos diez años después, en el V Centenario del Descubrimiento de América que dejó bien descubiertas nuestras arcas.
No llegaba el día en que se cogiera el toro por los cuernos, y como al hombre de a pie le sucede cuando genera más gastos que ingresos, a la élite política le pasaba factura los hechos, igual que a éste, el tiempo –maestro ineludible de toda conciencia -.
En tanto, las oficinas de INEM centralizaban en Madrid las nuevas e interminables afiliaciones de personas que, sencillamente, necesitaban un empleo, y la vez, Madrid, recogidos los datos nos informaba de la precaria situación laboral.
Seguía su curso el tiempo y, entre la deuda contraída y la duda, asomose al país y encarrilado uno de los propósitos más desproporcionados para los tiempos que atravesaba nuestra economía. Su gracia: EL AVE, volvimos a dejar colgado para otro día ese engorroso alfiler que no cesa de pincharnos.
El reparto del trabajo existente aportaría a nuestra sociedad más problemas que soluciones. (Tengamos en cuenta la reacción no sólo del obrero sino la de su familia). De cómo ve reducido, mes a mes, el volumen económico de su nómina cuando no pisoteado su poder adquisitivo, por ineficacia y desamparo político e incluso sindical habría que extenderse; hoy por hoy confiemos en la <>.
Ya lo dijo el Rey de España D. Juan Carlos I al tomar posesión de la Corona: <>.
La realidad se nos sirve cada día con el desayuno. Atrás quedó el artículo 14 de la Constitución Española.
Efectivamente, no todos los españoles somos iguales ante esa ley.
Juan Camacho. Escritor.