De película

No hay jinete capaz de aferrarse a la montura de la ley y dar alcance a la escurridiza corruptela. Imaginariamente y al igual que sucede en otros países, en España la ADF (agrupación democrática de forajidos) aglutina las diferentes profesiones a los que están llamadas todas aquellas personas que, queriéndose hacer ricos en poco tiempo, son, por ello, capaces de vulnerar hasta los diez mandamientos.

Entre tanto, la perplejidad, fiel compañera de todo transeúnte, evidencia el poco carácter que demuestra tener la justicia para con éstos y otros personajes que saben hacer de todo menos patria, siendo lo peor: su firme convicción de que los demás somos tontos del culo.

Quizá nos venga al dedillo ese apelativo, es más, y nos lo hayamos ganado a pulso, pues tenemos presente en nuestra condición cristiana, el dicho popular que nos sensibiliza a tal punto de seguir haciendo el bien sin mirar a quién.

Sin embargo, hay quienes, sin mirar a quién, hacen del bien común un suculento patrimonio individual y quienes, mirando a quien procede, bien hacen lo que, por ética, es inadmisible a los demás.

No quiero, con esto, decir que anden faltos de ética, sólo que utilizan – mientras pueden – otra muy diferente.

Desgraciadamente para algunos – no para todos – siempre hay un Llanero Solitario un Robin Hood, un rey mago: por ejemplo Baltasar, personajes llamados por la ética tradicional y la justicia a defender los intereses comunes de una sociedad como la nuestra, que no cree que la mayor de estas fortunas haya nacido, de repente.

Seguro que a estos instigadores del mal algún rufián de la ADF le pone nombre y apellidos. Es muy difícil que la vida fácil no acabe en tragedia.

Los demás siguen el curso de los días hacia ese lugar sin retorno pensando que el trabajo dinamiza nuestro ser y legitima, de algún modo, nuestro estar.

Las presiones que suframos en este entorno por las injusticias o pretensiones de nuestros superiores se han de contrarrestar haciendo uso de la personalidad que nos caracteriza a cada uno de nosotros, recordando, eso sí, que siempre estará la ley – aparentemente dormida – de centinela.

Juan Camacho

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