Sobre los brazos de la madre y esperando la debida porción de biberón, el bebé sonreía ajeno al tictacteante y minúsculo reloj de su cuerpo. Lejos de él –de ellos– una leve cortinilla de humo se interponía entre las lentes y el folio.
Tiene la cafetería una barra semicircular y seis mesas amplias, mobiliario cómodo y moderno, una máquina tragaperras –filón de oro puro y un rentable puesto de trabajo para quien, no laborando, recoge más beneficios que el asalariado medio en un mes de 230 horas -, y una máquina expendedora de cigarrillos, cuyo producto adquirimos quienes no queremos morir de otra manera.
Bolueta se asemeja a una ciudad sin descanso; sin embargo, no deja de ser un pueblo más de nuestro Bilbao, un barrio muy importante en aras de la información, no en vano, en su periferia se edita y distribuye el diario EL MUNDO DEL PAÍS VASCO y otros dos periódicos más.
Con el paso tenaz e implacable del tiempo, Bolueta – como el bebé citado anteriormente – ha de seguir creciendo. De hecho, y tal vez sin darnos cuenta, haya dado en los últimos años pasos de gigante, muy propios de ciudad.
Barrio, pueblo o ciudad, hoy metropolitana, disfruta de una infraestructura de comunicación interurbana muy aceptable, sólo que la masiva afluencia de vehículos en horas punta desbarata cualquier obra por muy brillante que ésta sea.
Los continuos atascos provocan una elevada tensión arterial, al tiempo que una bajada del poder económico en el sufrido conductor día tras día. Ya he oído alguna que otra solución disparatada.
En una reunión de trabajadores, con el ambiente un tanto cargado, un buen hombre, de edad madura, argumentó que el excesivo tráfico se solucionaría si con el trabajo de las personas se adoptara idéntica medida que se tomó con la concentración parcelaria. ¡Vaya, que los panaderos de Lutxana no fueran a elaborar el pan a Basauri y los de Muskiz no lo hicieran en Bilbao sino dentro del contorno de su propio municipio!
Pero dejémonos de utopías. Recuerdo que hace algunos años desde el gobierno se incentivaba el transporte colectivo. Nosotros, por otro lado compartíamos nuestro modesto utilitario con otros compañeros y junto emprendíamos viaje a nuestro centro de trabajo.
Bolueta está, hoy por hoy, al alcance de todos. Esto se demuestra un domingo cualquiera.
Si usted no es perezoso y dispone de un par de horas, anímese y ahorre combustible viajando en metro hasta Bolueta, final de trayecto.
Quién sabe. Quizá se lleve a casa algún que otro detalle que le brinde el rastro.
Nada le dejará perplejo. Seguro. Tampoco indiferente.
Juan Camacho es escritor y cofundador de Ibai Literario.