Que nadie se sienta eufórico aunque se admita, oficialmente, que España va por el buen camino, me refiero al económico porque, ¿se han parado a pensar en el porcentaje de personas que, habitualmente, tientan los juegos de azar? Es realmente escandaloso y aún más los miles de millones que circulan a diario en este país por este motivo.
¿No les parece una contradicción la timidez que demuestran el Gobernador del Banco de España a la hora de bajar, por ejemplo, el precio del dinero, con la “aparente despreocupación” de la inmensa masa social influenciadísima por el gran ogro del consumo?
¿Qué pasaría si un día camináramos por la vida según el dictado de nuestra conciencia – tan a menudo desobedecida – y cambiáramos de costumbres, como suele suceder en Francia y otros países europeos?
¿Que hacienda se llevaría un disgusto? Bueno, después de haber quedado claro que hacienda no somos todos, a algunos les daría igual, pero ése tipo de juego, excluido por siempre de los de azar, es peligroso, porque como bien se decía en una reciente tertulia radiofónica puede uno pasar a la posteridad por culpa del periodista responsable, ávido de noticias que ofrecer a sus lectores. A estas alturas, cuando la vida es quien te ofrece más de lo que realmente necesitas, la palabra azar sabe a corrupción (véanse los sobreseimientos de todo cuanto nos ha acontecido) quizá por ello, el hombre, inteligente y erguido, se mantiene en sus manifestaciones anteriores y posteriores afirmando, eso sí, de una vez por todas: ahí os quedáis.
No ha sido el azar, ni el cansancio de llevar siempre en la mano la misma cartera, aunque le pesara mucho últimamente, Felipe es fuerte, lo ha demostrado en múltiples ocasiones incluso yo diría que fue tan impecable como titánico en su labor. Qué lástima –para él – que algunos muchos de sus correligionarios gustaran del azar y, ¡cómo no!, se dieran al verbo fácil por antonomasia: amasar, derrochar y darse a la gran vida. Es ésta una opinión que recoge mi ojo crítico de las expresiones populares.
No es una buena compañera la palabra azar, aunque hoy en día vaya ud. a saber…
La perfecta definición de tamaña palabreja si la insertamos en el ranking de los negocios; esperaré el tiempo prudencial – no hay que ser impulsivo – para preguntárselo a Cristina Almeida, no vaya a ser que a mí también me juegue una mala pasada el azar.
Cuántos para sí lo quisieran – el azar – en época de elecciones, dentro de las urnas conspirando contra uno de los más grandes logros políticos jamás conseguidos en este país: la democracia, pero gracias a Dios, son muchos, muchísimos los que ostentando el noble título de ciudadanos de a pie se entregan a la sensatez de su propio yo, conscientes de que la historia de ayer fue escrita para hoy. No permiten ni toleran manipulaciones de tipo alguno que en algo tuvieran que ver son susodicho vocablo.
Más que un simple y, a veces, sustancioso juego, el azar está creado por los gobiernos y desempeña la función de recaudar “billones” de pesetas que generan millares de adictos que a su vez son tratados de viciosos unos y empedernidos los otros cuando ingresan o hacen uso del sistema sanitario que ahora comienza a financiarse con las monedas que rutinariamente recorren las cableadas tripas de las tragaperras, bingos, lotería nacional, primitiva, bonoloto, etc.
Si en vez de persona fuera una palabra, convocaría a una asamblea extraordinaria al abecedario y, cuidándome mucho del ojo crítico del vecino, propondría a la junta directiva que la palabra “azar” se marchara como Felipe González lo ha hecho.
Si así fuere, la palabra libertad discurriría a sus anchas; por otro lado Felipe, ya más tranquilo, podría fumar cuanto quisiera.
Juan Camacho es escritor y cofundador de Ibai Literario.